(Dis)gustas.

¿Sabes qué hay más triste que ser la chica que no gusta? No parecerlo. Te conviertes en el dolor invisible, en el sufrimiento incoloro, en la pena muda. Expones tus miserias sin público. Aplaudes sola tu patético espectáculo. Hablas con eco en el teatro del ridículo. Escribes un drama en un idioma residual. Hablas de problemas sin calado ni repercusión. Eres y no eres. Eres y no pareces. Apareces y confundes. Desapareces y no sorprendes.

La reina del disfraz. La máscara del éxito encaja en tu rostro. Tu armario rebosa pelucas: pelirrojo autosuficiencia, moreno y largo en seguridad, corto y rubio brillante en todo, media melena de risa adulterada, flequillo postizo para cubrir el miedo. Ceñida para recordar. Muy corta para armarse de valor. Negro, negro y negro para atrincherar tu oscuro corazón. Largo y con cola para arrastrarte sin que se note. En pijama y desgreñada, solo en la gruta de la verdad.

Caes y rebotas. Caes y rebotas. Caes, caes, caes. Y nadie lo nota. Porque siempre, más tarde o más temprano, rebotas. Y no hay truenos ni llueve, no en público, y no cedes jamás y no demuestras nunca. Ni ante él ni ante ella ni ante nada. Otro fracaso, otra decepción, otra cicatriz en la espalda. Y tú risas y más risas. Y en el saco de la vida pesan más las piedras del camino que las perlas encontradas. Pero el saco brilla y es de marca. Y nadie sabe lo que abulta.

Ser sin serlo. Te da vértigo. Pero te enorgullece el reto. Te motiva el desafío. Te saca lo mejor y lo peor. Te viene arriba y abajo. No quieres ser el problema común. Te excita protagonizar la rareza tóxica. Encajar en colectivo. Provocar la estampida en lo individual.  No-gustar por exceso. Escapar del desagrado por defecto. Cansar, abrumar, espantar, pervertir, provocar, escandalizar, incomprender-te-los.    

No hay compasión para el talento. No hay consuelo para la fuerza. Nadie se lamenta por la suerte. Y nadie llorará por la chica que no gusta, si gusta.